(Familia Courtney 08) Tiempo de morir

(Familia Courtney 08) Tiempo de morir

Author:Wilbur Smith
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-09-15T22:00:00+00:00


—No lo hicieron directamente —coincidió China—. pero los británicos están entrenando al ejército de Mugabe. Son los intermediarios. Los norteamericanos les dieron los Stinger y ahora están entrenando a la Tercera Brigada de Mugabe para que los usen en Grand Reef.

—¿Cómo diablos sabe todo esto?

—No debe olvidar que fui ministro del gabinete de Mugabe, aunque sin mucho peso. Todavía tengo amigos que ocupan cargos importantes.

Sean se quedó pensando.

—Tiene razón. Es típicamente africano. Así que los Stinger están en Grand Reef.

—Un Hércules de la Fuerza Aérea Británica los entregó hace catorce días y tienen planeado colocarlos a lo largo de la frontera entre Zimbabue y Sudáfrica a principios del mes que viene. Van a estar apuntando a sus compatriotas, coronel Courtney.

Sean estaba ofuscado y sintió que le brotaba el patriotismo, pero mantuvo la expresión neutral.

—El entrenamiento está a cargo de personal de la Artillería Real, un capitán y dos suboficiales, por lo que usted comprenderá que necesito una cara blanca para mis planes.

—Esto se pone feo —murmuró Sean—. Dígame exactamente qué es lo que quiere.

—Quiero que regrese a Zimbabue y me traiga esos misiles.

Sean no reveló emoción alguna. —¿A cambio de qué?

—Una vez que me entregue los misiles, le quitaré las esposas a la señorita Monterro y la trasladaré a un lugar donde usted pueda visitarla regularmente. —China hizo una pausa y dejó ver una sonrisa cómplice—. Y pueda pasar un rato con ella todos los días, por la noche, en privado.

—¿Y qué puede decir de nuestra liberación?

—Por supuesto —agregó China—. Los tres serán liberados una vez que me hayan prestado otro servicio adicional después de que hayan conseguido los Stinger.

—¿Y cuál es ese servicio? China levantó las manos.

—Una cosa cada vez, coronel Courtney. Primero los misiles. Una vez que me los entregue, hablaremos de la segunda parte del trato.

Sean miró ceñudo el tazón de té mientras el plan le daba vueltas en la cabeza, tratando de encontrar alguna posición ventajosa que adoptar, pero China lo interrumpió.

—Coronel, piense en la señorita Monterro. Cada minuto que pierde prolonga su... —China buscó la palabra correcta-... su incomodidad. Hasta que yo tenga esos misiles, llevará esas esposas noche y día, cuando coma o responda a cualquiera de las necesidades vitales. Sugiero que comience de inmediato a elaborar su plan para conseguir esos misiles.

Sean se puso de pie y caminó hasta el enorme mapa que ocupaba la pared detrás del escritorio de China. En realidad, no necesitaba estudiarlo. Con los ojos cerrados aún podía ver todos los valles y picos, cada pliegue del terreno a lo largo de la frontera entre Mozambique y Zimbabue. El ferrocarril cruzaba la frontera cerca de una aldea llamada Umtali y a veinte kilómetros de allí, del lado de Zimbabue, un símbolo rojo con forma de avión señalaba la posición del aeropuerto y la base de Grand Reef.

Sean tocó con el índice la figura estilizada del avión y Job se le acercó quedándose a su lado. Los dos lo miraron pensativos. ¿Cuántas veces habían salido de ese aeropuerto, despegando pesadamente,



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